Un burgalés, Julián San Martín, labró sobre el mármol esta escultura que vive su retiro silencioso entre los árboles del parque de la Taconera, al lado del café vienés. Después de permanecer en el epicentro de la plaza del Castillo, para conmemorar en el año 1800 la traída de aguas desde Subiza a la capital navarra, en 1909 la escultura estuvo a punto de ser troceada para pavimentar la Calle Nueva. Casi corre el mismo destino que el que conoció la Plaza del Castillo décadas después con la construcción del párking subterráneo. Alguien tomó la feliz decisión de evitar su destrucción.

Me gusta la pose poderosa de esta figura, la misma que uno de los directores más famosos de Diario de Navarra e instigador del golpe de Estado contra la república, Raimundo García «Garcilaso, bautizara como la Mari-blanca.